En las escrituras se mencionan tres tipos de ceguera: ceguera súbita causada por moscas y agravada por la suciedad, el polvo y resplandor del sol: ceguera gradual causada por la vejez; y ceguera crónica. Pablo sufrió ceguera temporal en el camino a Damasco (Hechos 9:8). Las escrituras con frecuencia se refieren a los ancianos cuyos ojos “se oscurecieron” (Génesis 27:1; 48:10; 1 Samuel 4:15). Pero la Biblia más a menudo se refiere a la ceguera crónica.
Los israelitas tenían compasión por el ciego. Es más, Dios dicto una maldición sobre los que hacían tropezar al ciego (Deuteronomio 27:18). Jesús ministro a muchos ciegos. Dijo: “Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos” (Lucas 4:18). Jesús sanó a un ciego de nacimiento (Juan 9:1-41); a un ciego cuya sanidad fue gradual (Marcos 8:24); a dos ciegos junto al camino (Mateo 20:30-34); y a muchos otros (Marcos 10:46-52; Lucas 7:21).
Con frecuencia se entendía que la ceguera era un castigo por la maldad. Hallamos ejemplos de esto en Sodoma (Génesis 19:11); en el ejército sirio (2 Reyes 6:18); y en el caso de Elimas en Pafos (Hechos 13:6-11).
El Nuevo Testamento ocasionalmente se refiere a personas que perdieron el habla (Mateo 9:32; 15:30; Lucas 11:14). A menudo esto es resultado de la pérdida del oído.